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Naturaleza II

El bosque

Quizá por haber crecido en Xalapa rodeado del bosque de niebla he creado esa conexión con los bosques, los busco, los huelo, los siento, hago lo posible por darme la oportunidad de ir y estar, ser y convivir con ellos.

Aquí en Inglaterra tengo la fortuna de vivir rodeado de bosques, el más cercano lo tengo a tres minutos caminando y esto es una gran oportunidad que aprovecho cada vez que puedo.

¿Por qué?

Por la frescura, el olor, el sonido, la vida de la flora y la fauna.
Las ardillas, esas pequeñas criaturitas, dulces, simpáticas y juguetonas. Verlas subir y bajar por los troncos, saltar por las ramas, cruzar los caminos frente a mi o presenciar como recolectan sus bellotas.
Los ciervos, elegantes, veloces y silenciosos, con ese porte y esa mirada tan serena. A ellos si que cuesta trabajo verlos, pero cuando lo hago me maravillan y lo disfruto. Tanto jóvenes como adultos con sus majestuosas cornamentas.
Los zorros, estos definitivamente son los que más me llaman la atención, quizá porque no estoy acostumbrado a verlos, por el color de su pelaje, por la manera de moverse o esa mirada tan profunda que tienen.
Las ratas, estas las aprendí a respetar gracias a mis hijos porque a ellos en toda su inocencia y sin ningún juego les gustaban mucho, así es como pude volver a ser un niño y ver lo lindos que son esos pequeños roedores que se ven tan a menudo en los bosques.
Los puercoespines, estos los he visto pocas veces, pero una de ellas me sirvió para mostrarles a mis hijos como cuidarnos los unos a los otros y como nuestras acciones puede tener un gran impacto en nuestro entorno.

Abetos, secuoyas, robles, hayas, abedules, fresnos, castaños, cedros, olmos, ciruelos, manzanos, perales, higueras, zarzamoras, frambuesas, estos son algunos de los amigos que se encuentran en los bosques. Si estoy cerca de algún río a veces es posible ver sauces, estos me gustan mucho y siempre tengo el recuerdo de la abuela sauce de la película de Pocahontas.

¿Cuándo?

El bosque me cobija y da sombra en verano, en primavera y otoño me protege del viento y todo el año me brinda su especial aroma.

En invierno al caminar o correr me encanta sentir y escuchar el crujir del suelo congelado rompiéndose bajo mis pies.

Durante la temporada de lluvias algunos ríos se desbordan, se crean inundaciones y así aparece el barro, mi gran amigo y maestro con el que los entrenamientos se vuelven mucho más duros. Me encanta correr por los charcos y chapotear el agua o el barro, terminar sucio, sudado, con las piernas y algunas veces hasta las gafas llenas de barro.

En realidad cualquier momento del año es bueno para salir a caminar, meditar escuchando a los animales y el viento, sentir la lluvia, hacer un picnic, tumbarse en la hierba y cerrar los ojos.

Abraza un árbol

Una de las cosas que más me gusta son los abrazos, de esta manera puedo sentir un poco más a las personas, descubrir los abrazos a los árboles ha sido algo que me ha permitido sentir mucho más de lo que habría imaginado, son seres vivos, están conectados entre ellos y directamente con la tierra, con el planeta, tienen recuerdos y mucha energía.

Uno de los abrazos que más recuerdo fue en el New Forest a una secuoya, me transmitió tanto, pude sentir, ver, viajar, me sentí en paz. Una joven secuoya de 115 años.

Honra el espíritu de un árbol

Por enfermedad, por accidente, por edad, por causas naturales o a causa del hombre nos encontramos con muchos troncos de árboles, algunos se utilizan para decorar la casa o el jardín, se pueden hacer muebles o también se pueden utilizar como combustible para hogueras. Personalmente me encantan las hogueras, especialmente en otoño o invierno con las tardes y noches largas y frías. Al alimentar el fuego con troncos se obtienen aromas muy distintos, escuchar los silbidos y el crujir de la madera al quemarse, ver las brasas y el carbón resultante es algo mágico, sentir el calor, ver las llamas y las ascuas.

Y así honramos y despedimos a los árboles mientras los acompañamos en el último suspiro antes de volver al origen.

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Reflexiones

Naturaleza I

Agua

El agua además de ser mi elemento por ser del signo cáncer siempre ha estado presente en mi vida de muchas maneras, desde mi nacimiento y la famosa inundación a las también famosas y no tan gratas inundaciones en casa de mi papá y mi mamá.

Es un elemento en el que me siento vivo, lo respeto, fluyo, me dejo llevar, a veces lucho y otras nos volvemos unos y me dejo abrazar.

Lo disfruto todo el año, en primavera y otoño con las lluvias, en verano para refrescarme y en invierno lo aprecio a través de la nieve o congelado en la escarcha por las calles o en los cristales del coche.

Río

Crecí en México, de pequeño viví en el Ashram de Cuautla por donde pasa un río y he vuelto muchas veces más.

En Xalapa también tuvimos la fortuna de ir a disfrutar la majestuosidad y fuerza de varios ríos. Bola de Oro, Actopan, La Antigua, por citar algunos. Las impresionantes cascadas en Coatepec, Xico, Teocelo, Texolo, Naolinco, Palo Gacho en las que tantos buenos momentos he vivido.

En España, viví en Aranjuez y disfruté durante mucho tiempo del Tajo y el Jarama ya sea para hacer piragüismo o bien para refrescarme en verano. Aranjuez en un oasis en el desierto, es precioso con sus jardines, su palacio, sus plazas, su feria y su gente.

Ahora en Inglaterra, en Southampton los ríos siguen aquí, es impresionante pensar que el agua es la misma. Aquí tenemos el Itchen, el Test y el Hamble. En todos ellos he nadado y también me ha refrescado en verano aunque también son una gozada simplemente por verlos y saberlos cerca.

Mar

En el mar la vida es más sabrosa, en el mar todo el felicidad…
Así dice la canción y eso pensaba hasta antes de venir a Europa y descubrir el frío de estos mares, especialmente los mares del norte. El primero en el que me llevé esta sorpresa fue en España en el mar cantábrico, más tarde en Inglaterra en El Solent y por último en Escocia en el mar del norte. Pero no todo es así, en España el Mediterráneo es lo máximo en cualquier temporada del año.

Lo cierto es que después de los años vividos en Inglaterra me he ido adaptando y ahora soporto mucho mejor el frío e incluso podría decir que disfruto del mar sea cual sea su temperatura. Aunque esto empezó recientemente gracias a mi amigo Scott. Él mi invitó a formar parte de un equipo para nadar por relevos alrededor de la isla de Wight, lo cual es todo mar y como buen loco aventurero que soy dije que sí sin dudarlo ni un momento.

En el primer entrenamiento y toma de contacto, me asusté, tenía miedo, no podía respirar, el mar está vivo y me sacudía por todas partes, las olas me golpeaban y yo luchaba con ellas, mi técnica de natación fue horrible, no me atrevía a mirar hacia abajo con lo cual tenía la cabeza fuera todo el rato y eso implica que mis piernas estaban casi completamente hundidas.
Afortunadamente la experiencia y paciencia de Scott me ayudaron poco a poco a superar mis miedos y a recuperar mi técnica de natación, hasta el punto de volverme uno con el mar, fluir con las olas y no luchar sino dejarme llevar sintiendo el oleaje, la corriente, el viento, la fuerza.

Ahora echo de menos nadar en el mar y pronto espero volver a entregarme y fluir hacia donde las olas me lleven.

El año pasado gracias a este descubrimiento y sobre todo al desbloqueo que viví al perder el miedo y aprender sobre el mar, pude disfrutar como nunca con mis hijos y mis sobrinos en el mar en la playa de La Azohia cerca de Cartagena. Nadamos en lo profundo por horas, bucemos, investigamos, jugamos, nos cansamos, nos quemamos pero sobre todo nos entregamos al mar y el mar nos recibió como siempre ha hecho con su fuerza y su vaivén en ese movimiento rítmico que es su pulso vital.